ENTRAR EN LA ZONA

Después de no vernos en unos meses, pude por fin, ir a comer un menú con mi amigo Carlos. Siempre hablamos de nuestras cosas, a veces más en serio, a veces menos. Durante la conversación me quejé de algunos aspectos de mi vida, el lector podrá hacerse cargo, esas cosas cotidianas que normalmente hacen que la vida de uno no sea perfecta. Mi amigo, excelente conversador, pareció removerse en su asiento, visiblemente incómodo mientras platicábamos. Me escuchaba, pero ponía aquella cara que muestra la gente que desea interrumpirte sin remedio. Durante mi exposición, tomé un bocado de la comida y él aprovechó para ofrecerme su consejo. Con un semblante entre circunspecto y sabihondo me dijo:

“Deberías salir de tu zona de confort”.

El cielo oscureció como si negras nubes de tormenta se ciñeran sobre mí, los agradables sonidos de mi alrededor desaparecieron para dar lugar a un latido interno, una maraña de pensamientos en bucle y apareció un nudo en mi garganta. Conozco bien ese nudo, aparece cuando me hallo en un callejón sin salida.

Debo reconocer que me importunan los mensajes manidos, las frases hechas y los consejos irreflexivos, pero en esta ocasión, era mi gran amigo el que me había empujado al insondable abismo negro.

NO TE HE PEDIDO SOLUCIONES

Y es que una de las cosas que percibo a mi alrededor, es que no podemos estar callados frente al la queja del otro. Buscaba consuelo, no consejo, mientras me lamentaba. Necesitaba comprensión, reconocimiento, no una especie de prescripción imperativa. Me pregunto que hace qué, al oír las dificultades del otro, corremos raudos a decirle lo que tiene que hacer. Frente al lamento ajeno, deberíamos poder preguntar al quejoso si quiere nuestra intervención o, por el contrario, únicamente desea ser escuchado.

Aún así, es el pan nuestro de cada día. No nos podemos callar. En general, aconsejamos a diestro y siniestro y, en el ejemplo que nos ocupa, mi amigo lanzó contra mí el ponzoñoso anzuelo de la “zona de confort”.

UNA METÁFORA POCO AFORTUNADA: LA ZONA DE CONFORT

¿Cuántas veces has leído en estos últimos tiempos que deberías salir de tu zona de confort? Si el lector o lectora es usuario de las redes sociales, el concepto aparece hasta en la sopa. ¿Quién no ha leído un meme relacionado o un post cantando al viento las bondades de abandonar esa condenada zona confortable?

Estoy curioso por saber a qué se refiere esta gente. De verdad ¿Cómo podemos llamar zona de confort a ese teórico lugar lleno de mierda que nos genera malestar? Nuestras miserias cotidianas, nuestros problemas con hijos, padres, familia política, jefes, por no hablar del malestar físico, del dolor y el sufrimiento.

Si estás abatido en el sofá, porque tu vida te abruma, porque las responsabilidades te pesan, ¿Crees que abandonar ese lugar para ir a un gimnasio de barrio es salir de tu zona de confort? ¿Sostener una relación dolorosa es estar en una zona cómoda?

Si fuera tan horroroso, probablemente saldríamos corriendo de ahí y suele acontecer que, aunque nos quejemos, la cosa no esté tan mal. No estoy diciendo que la persona no sufra, solo postulo que entender la psicología humana es darse cuenta de aquello que no es tan obvio, acompañar a una persona cuando se duele es la más oculta de las artes.

LO BUENO DE LO MALO

¿Qué hace que uno se mantenga en un lugar en el que los demás pueden pensar que has de salir? Esa es una pregunta que solemos soslayar. Cuando percibimos la desolación del otro, nos precipitamos en resolver aquello que la persona nos narra sin tener en cuenta, de una manera respetuosa de que la gente no es tan tonta. Si alguien pudiera hacer como tú, sería tú, probablemente.

Cuando aconsejamos a otro, probablemente no tenemos en cuenta los recursos que puede movilizar. Tal vez no posea el superpoder que tenemos nosotros para proporcionarnos esa felicidad que lucimos a cada instante.

No nos hemos detenido a pensar que a lo mejor esa persona piensa que ese sufrimiento que le aqueja es algo bueno en algún lugar. Ese amigo que se queja de su vida, pero nunca la revoluciona, tal vez cree que es más correcto permanecer ahí que cambiar. ¿Qué sabemos de la vida íntima del prójimo, de sus auténticas razones? ¿No es presuntuoso creer que conocemos las claves del bienestar del vecino cuando apenas nos aguantamos a nosotros mismos?

RESPETAR AL OTRO

Poder pensar que alguien tiene sus motivos para permanecer en un espacio doloroso es tal vez una experiencia muy profunda de empatía. Reconocer e hipotetizar el beneficio oculto que se halla detrás de algo es llevar la comprensión del ser humano a otro nivel.

Decir a alguien: “Tú lo que deberías hacer es…” es un intento fallido de que el otro haga justo aquello que no puede llevar a cabo.

En mi barrio eso equivale a no reconocer la dignidad de nuestro interlocutor, algo así como pensar que tú eres mejor que él o ella. Pensar que las cosas que le duelen al ser humano de enfrente son su “Zona de confort” tal vez sea el peor de los insultos.

Voy a ser visceral en este punto: Es el “Consejero Bienintencionado” el que debería salir de su espacio confortable cerrando la boquita por un rato.

RAPIDEZ MÁS RAPIDEZ VAS CONTRA LA PARED

Hace más de 40 años, conocí y practiqué artes marciales chinas con el maestro Peter Yang, un sacerdote católico que llego de China en los años 60 y que dominaba algunas técnicas antiguas de salud. En definitiva, el maestro Yang era un personaje legendario en las artes internas de la lucha en Barcelona. Solía recitar pequeños versos de su invención que calaban fácilmente en mi interior; uno de ellos rezaba así “Rapidez más rapidez vas contra la pared”. Nos sentimos de maravilla repartiendo consejos a la gente, corremos más de lo que deberíamos y, sobre todo, no tenemos en cuenta esa función valiosa que toda cobardía puede tener. Lamento ser tan pertinaz con esa idea pero resulta primordial cuando hablamos de ayudar.

ENTRAR EN LA ZONA

Tal vez, nunca nos haya dado por pensar que lo que llamamos “zona de confort” podría ser un verdadero espacio cómodo, con lo que me resulta absurdo pretender que alguien vaya a celebrar el hecho de salir de ahí.

¿Qué tiene de malo que alguien sea diferente que tú? ¿Qué hay de horrible en que las personas vivan su propia vida?

Podría ser genial estar preocupado por algunas cosas que a ti no te preocupan o querer tener tiempo libre para no hacer nada en vez de trabajar o estudiar como un loco.

Podría ser estupendo sufrir por el amor, o por el desamor. La tristeza también tiene algo bello, y la rabia libera en muchas coyunturas.

Yo mismo, veo algunas series en lugar de leer más o de estudiar algo que quisiera y, con gran dolor, dejo de hacer aquello que me gusta porque coloco por delante lo que creo que será el bienestar de los otros.

Me gusta la idea de entrar en la zona, en lugar de salir. Ojalá pudiera el lector poder entrar en ese espacio molesto y hacerlo más confortable. ¡Qué manía con el cambiar la vida de la gente!

Un reto que suelo sugerir a las personas que me consultan es el de aprender a disfrutar de ese espacio confortable. Quizás para ello, la primera de las cosas sea darse cuenta de las ventajas que tiene la maldita zona de confort.

Lo más importante de todo es decirte que no me pareces idiota, y si tienes una zona de confort, será por algo. Así que aprovéchala.

Como uno no debería salir a hacer el pelotudo por ahí si no tiene un buen motivo, probablemente quedarte un buen rato en tu zona cómoda puede servir para restañar algunas de tus heridas previas. Un descanso.

No es fácil decir lo que debe ser dicho, tras aquello que nos duele o nos desagrada, se halla oculto en no pocas ocasiones, algo valioso. Tenemos un cerebro extraño, y si mantenemos un hábito, un comportamiento o un pensamiento, es porque íntimamente pensamos, aún sin saberlo conscientemente, que es lo mejor.

Pensar significa poder cuestionar las cosas que dice el populacho, cuestionar lo que piensa todo el mundo. Gracias a mi amigo Carlos, y a su abyecta mención, he podido reflexionar y abrirme a un nuevo mundo de posibilidades al tiempo que he redescubierto que no me gustan nada las frases manidas.

 

5 TIPS PARA ENTRAR EN LA ZONA

  1. No eres idiota, si te pasa algo y no puedes cambiar, es por alguna cosa valiosa. Ese es el punto crucial a revisar.
  2. Revisa a tu alrededor y sé cuidadoso a la hora de explicar las cosas que te aquejan, como te van a dar consejos, especifica que sólo deseas ser escuchado.
  3. Hacer el perezoso suele ser consecuencia de necesitar un espacio para ti, para recuperarte de tus heridas.
  4. No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti, respeta a tu interlocutor y no le des consejos que no pide.
  5. Cree en el Karma, si le dices a alguien que salga de su zona de confort, serás castigado con diez años de desdicha.
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Showing 4 comments
  • Miguel

    Victor, me parece muy oportuno el cuestionamiento de esa metáfora de patas cortas que es la susodicha «zona de confort», que creo proviene del coaching…ejem. Leyéndote pensaba en que para mí sostener mi malestar cumple funciones psicológicas esenciales y, por ello, sigo ahí. No es que no quiera cambiar, es que no cambiar para mi tiene sentido, lo que no anula la realidad de que ello incluya simultáneamente una serie de insatisfacciones que me molestan y que estan ahí, unas veces con más intensidad que otras. Yo no sé si hay que salir o entrar, pero que eso de la zona de confort para mí es una simplificación que no creo que sirva para entender la complejidad de las particulares emociones que cada ser humano tenemos.
    Gracias por tu post.

  • Irene Mata

    Brillante Victor. Comparto tu comentario. Geacias por tu coherencia y sentido comun

  • Elena Sasal Aiciondo

    Alguien tenía que decirlo! Gracias Victor por hacer explícito lo obvio!

  • Helga Ortega

    ¡Enhorabuena por el post, Víctor!
    Comparto cada palabra que expones, has expresado (de forma magistral, en mi opinión) una idea que hacía tiempo me rondaba por la cabeza. Incluso me atrevería a decir que es imprescindible descubrir (o ayudar a descubrir) que hay de bueno en lo malo para así ser útiles a nuestros pacientes; como bien dices, no son tontos.
    Y en la vida diaria… qué fácil es recibir consejos bienintencionados y qué difícil alguien que te escuche… incluso a mí a veces me cuesta! Esta misma mañana, en una conversación con una persona muy querida, me he contenido varias veces de decirle lo que yo creía podía hacer, y al final me ha agradecido el haber podido desahogarse, en realidad, sólo necesitaba ser escuchada.

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